viernes, 21 de junio de 2013

ALGO DEL ARCÓN.....

Más adelante seguiré con mi "zaga".... nada me detiene, nada me acobarda, apenas me agobia el recuerdo de lo que fue y dejó de ser.... les dejo un viejo cuento escrito por mí hace algunos años.

EL UNO PARA EL OTRO

Ellos habían nacido el uno para el otro, aunque signados por la inexorable impronta de la brevedad. Se conocieron una  mañana del mes de abril en un desvencijado refugio de la Avenida Montes de Oca, en el barrio de Barracas que precariamente albergaba a los pacientes pasajeros de las líneas 17 y 22.
Auria, así se llamaba ella, abordaba cada mañana el 22 que pasaba alrededor de las ocho  por el lugar,  para llegar holgadamente puntual a su trabajo de bibliotecaria en el antiguo barrio de San Telmo.  Adolfo, así se llamaba él, era vendedor ambulante y entre las ocho y las 11 de algunos días de la semana, viajaba en el 17 hasta la Recoleta donde vendía paraguas los días de lluvia y baratijas que, a modo de souvenir, algún modesto turista le compraba.
Aquella mañana otoñal había amanecido lluviosa y Adolfo creyó que sería un día auspicioso para ubicar buena parte de unos paraguas chinos que había conseguido de un remanente de importación.  Así fue como se enfundó en sus jeans gastados, un abrigo conveniente y el piloto amarillo que había sabido conservar de su nutrido stock de “busca” y salió lo más temprano que se pudo permitir rumbo a la parada del 17.
Cientos de veces habrían estado a punto de encontrarse, pero aquella fue la primera vez que coincidieron sus presencias a expensas de lo que algún romántico definiría como destino, aunque fuese mera casualidad.
Auria se empeñaba en lograr que aquel refugio lo fuese, a pesar de la ausencia de varias chapas de su castigado techo, oteando los confines de Montes de Oca intentando distinguir la silueta de su ansiado transporte, mientras que Adolfo desdeñaba cualquier posibilidad de protección del vetusto chaperío, disfrutando casi el deslizamiento del agua sobre la superficie de su piloto.  Nadie más que ellos se encontraba en el lugar, circunstancia que agregaba misterio a la tardanza de ambos colectivos.  Cinco, diez, quince minutos y la avenida seguía permaneciendo desierta, sin la mínima evidencia de los esperados transportes; a ratos era Auria quien asomaba su vista a la avenida, a ratos Adolfo.  Ninguno de los dos sabía de la necesidad del otro, ni se apercibía de su presencia, ajenos ambos en su objetivo de escapar de la intemperie y llegar a destino.
Tal vez los dos resignados a la orfandad de un amor correspondido, ni siquiera imaginaron la posible cercanía de lo que podría llegar a ser una charla, una sonrisa…. una chance de vida…
Auria era menuda, de cabellos oscuros y brillantes, rondaba los treinta años, todos vividos en la casa paterna de Barracas.  Adolfo en cambio, había perdido la cuenta de los domicilios que había tenido y  emprendido camino a los cuarenta, aunque su aspecto jovial, su delgadez y su atuendo, le otorgaban un aire casi adolescente.  Un comentario, de él o de ella, que más da, con certeza vinculado a la demora de los transportes, los anotició al uno y a la otra, de sus sendas presencias.  De pronto Adolfo descubrió que más allá de no estar solo en el lugar, contaba con la compañía de una mujer que le resultaba encantadora, a un tiempo que Auria se permitía la libertad de dejarse cautivar por ese desconocido simpático, que en escasos minutos condicionó sus sentidos con palabras simples, pero certeras.  Claro, Adolfo contaba con esa herramienta indispensable en su trabajo de vendedor callejero…… la palabra y su voz.
Cinco minutos más de demora en el arribo del 22, les bastaron a ambos para enamorarse.  De repente quisieron, ambos, que el tiempo se detuviera, que ya no llegasen sus transportes y poder sentarse a charlar, a contarse de sus vidas, a conocerse, a recuperar un tiempo que, hasta ese momento, no sabían perdido.
Cuando en el horizonte se percibió la figura del colectivo, los dos supieron que se avecinaba el primero de sus alejamientos que, aunque sospechaban tan solo temporales, daría lugar al primer sentimiento mutuo de nostalgia. 
El destino quiso que fuese el transporte de ella el primero en arribar a la parada, circunstancia que otorgó la ocasión de que Adolfo, que no tenía horario fijo para comenzar su jornada, aún a costa de ver mermada su venta, decidiera acompañarla para luego torcer camino a Recoleta.  El tiempo que el micro utilizó para llegar a los alrededores de la Plaza Dorrego hasta donde viajaba Auria, se les escapó como un relámpago; Adolfo se bajó con ella y la acompañó hasta la entrada misma de la biblioteca.  Sólo conocían el uno del otro sus nombres y compelidos por la lluvia y la urgencia de Auria en marcar puntual su tarjeta de ingreso, apenas atinaron a concertar un encuentro la mañana siguiente.  Siete y media desayunarían en San Miguel, se pasarían los teléfonos y comenzarían el camino de una vida en común….. estaban felices.
Adolfo llegó a Recoleta pasadas las 09:30, apenas diez minutos después del asalto a la farmacia de Junin y Las Heras.   - Un flaco de pelo largo y vaqueros gastados…., había alcanzado a balbucear el farmacéutico baleado mientras abría la persiana del comercio en la mañana lluviosa.
El “olfato policial” hizo el resto y Adolfo fue a parar, con sus huesos y sus paraguas chinos a una fría celda de la comisaría 17ª.
La lluvia se fue casi como llegó, de repente y el día “después” amaneció con un sol tibio de otoño, ideal para aquel encuentro.  Auria, sin importarle que Adolfo descubriese su ansiedad, llegó diez minutos antes a la cita.  Se sentó en una mesa sobre la vidriera desde donde se puede ver la Avenida y se dispuso a disfrutar del primer día de su nueva vida.
Adolfo no llegó.  El defensor oficial no apareció hasta dos días después de su detención y cuando lo hizo pareció más proclive a creer en la culpabilidad de Adolfo que en su inocencia.  Catorce meses trajinando entre el penal y tribunales, hasta que en un robo fallido en la propia zona de Recoleta, “El flaco Zapala” cayó detenido y vaya a saber porque extraño artilugio del destino o “habilidades” de sus captores, terminó confesando haber sido el autor de aquel atraco a la Farmacia de Las Heras y Junín.  Fue la culpabilidad del confeso Zapala la que por descarte le otorgó inocencia a Adolfo y le devolvió la libertad.
Nadie más que Auria en todo ese tiempo, había notado la ausencia de Adolfo.  Ella vivió aquel desencuentro como un verdadero abandono y luego de seis meses de peregrinar por las calles de Barracas buscando a Adolfo, agobiada por la tristeza se marchó.  Eligió dejar la casa paterna y mudarse a Las Toninas, donde su profesión de bibliotecaria encontró lugar entre los escasos libros de una biblioteca municipal.
Ni bien se cerraron las pesadas puertas del penal, con las pocas monedas que le restituyeron sus carceleros, Adolfo regresó a Barracas y la buscó.  Sólo sabía su nombre, Auria, pero nadie supo informarle nada de ella.  En la biblioteca de San Telmo le dijeron que había renunciado por el mes de octubre.  Los padres de Auria se enteraron sobre un muchacho flaco, pálido y triste que preguntaba por una joven que no podía ser otra que su hija.  Les dijeron que todas las mañanas se sentaba a tomar café en San Miguel y allí fueron, a su encuentro, ellos sabían de la existencia de Adolfo.  El mozo les dijo que había estado allí hasta hacía cinco minutos…… llevaba un bolso con sus mínimas pertenencias y se despidió diciendo que se iría a vivir a la costa…… a San Clemente del Tuyú….. estaba muy triste…